viernes, 11 de noviembre de 2011

Para Katro.

Preciso escribirte una carta, desconociendo en pleno tu pasado, pero adivinándolo con facilidad. Decirte que estarás bien, pero que, para que ello se cumpla, habrás de regirte bajo una serie de condiciones que no pueden describirse de otro modo que no sea “castrosas”, y que, lamentablemente, esta palabra debe acomodarse en un sentido literal.
Suena terrible, lo sé, y no sólo terrible sino además incongruente, ¿cómo puede ser que aún siendo dios, no puedas ser capaz de erigirte por ti misma, de saciarte y pertenecerte, de darte, siempre más allá de otros, todo lo que necesitas para sostenerte?. Tranquila, querida, bien puedes; lo has hecho a diario, pero no lo necesitas, no es imprescindible, y más bien podrías optar por el contrario, entre ese arrabal de control destructivo, dejarte ir.
Una mujer no nace, se hace, y se hace bajo parámetros en apariencia vulgares, pero en realidad, eso que constituye la feminidad no es diferente a lo que en cada minuto de anhelo de muerte, has estado buscando.
 Verás divina, -permíteme llamarte divina, pues así es como te suspiro-, la mujer en esencia debe de renunciar a su propia personalidad, aceptar una barradura de su yo, para culminar así en el orgasmo; en ese goce de “pequeña muerte”, en donde finalmente se pierde un pedazo de si misma, para ir más allá de ella y de aquél otro. Habrá de ser dócil ante el poder de desaparecerse.
 ¿Qué más has querido que borrarte a ti misma durante años?, no es casualidad, divina, que hayas elegido el camino que con orgullo has tomado, pero hoy te digo que hay un trazo diferente, uno más sencillo y elevado, uno que es cumbre pues significa ser eso que siempre has necesitado.
 Acéptate entonces en ausencia, en ser carencia y ante ello doblegarte, constrúyete en entender que amar es dar lo que no se tiene, y desear al otro, porque aunque nos elimine, aunque nos arrebate nuestro propio nombre, y con ello la fantástica creencia e intento frustrado de haber sido diferentes, nos brindará también el goce de nuestra propia desaparición. Por ello es tan sencillo llamarnos mujeres, porque es de lo que dependemos, lo que en realidad, y sin ayuda de nadie, hacemos día a día, nuestra condición inquebrantable.
 Te dejo querida mía, sabiendo que sabes que te recuerdo, que te tomo entre mis manos para protegerte, y que te dejes, como conmigo, con alguien más, porque es lo que mereces.
 Ya tendrás otra vida para ser tus fantasmas, en esta desaparece bajo la sombra de algún demonio, porque puedes; y bien serás asesinada, en un beso que te obligue a quererte, y después con suerte, en el mismo llegar a ese inicio inanimado, al cual desde que tuviste conciencia, has estado buscando con desquicio y pulsión. 

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